viernes, 24 de enero de 2014

Escritos con flores

En la casa de al lado de de la casa donde nací, en el barrio donde crecí, había (debe haber aún) un gran cantero de cemento, bastante alto, en el cual la gata que yo cuidaba regularmente tenía cría. Cada tanto salían de allí un simpático grupo de gatitos cachorros, dispuestos a conocer el mundo, generalmente nunca volvían, pero era un lujo pispear de costado como de a poco se asomaban a la luz, y lograban bajar con mucha dificultad del cantero, con la intriga en los ojos, parecida a la intriga que sentía yo mientras los miraba. En ese cantero crecían dos o tres plantas de Buenas noches, una florcitas de color rojo, rosa y amarillo, y algunas de colores combinados. Con los chicos de la cuadra jugabamos en ese garage que daba al cantero, pero fui yo la primera en darse cuenta todo lo que se podía hacer con esas flores. A veces jugabamos a teñirnos los dedos apretando las flores con las manos, y a veces escribíamos en la vereda, nuestros nombres, o alguna burla que hiciera molestar a otro. Con el tiempo se me hizo costumbre salir de casa a la tardecita y sentarme sobre el garage, a escribir algo con las flores, luego de un tiempo, los grandes cuidabamos a los chicos más chicos para que pudieran quedarse hasta tarde jugando afuera, y simplementente nos sentabamos a verlos jugar a la pelota por horas.

Una vez dibujé un corazón, y otra vez dibujé una flor, muchas veces escribí mi nombre, y dibujé caras felices y tristes, que al rato se borraban cuando el pigmento se secaba, o alguien baldeaba la vereda.

Un año mataron a la gata, y poco después el dueño de la casa sacó las plantas y vació el cantero.
Por suerte ya me había quedado la costumbre de escribir algo, siempre, por si acaso. Pero sigo sintiendo lo mismo que sentía cuando escribía en la vereda, que todo lo que uno dice es tan revelador como efímero.

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