domingo, 15 de enero de 2012

El compositor

Existía un hombre, en una ciudad pequeña, con un nombre extraño, al cual la gente llamaba el compositor. Era alto, y entre su barba y su tapado, apenas se veían de él algunos rasgos. Día tras día salía al atardecer, salí a observar las hojas de los árboles, a observar como cambiaban de color a medida que bajaba el sol.

El compositor tenía un aspecto temible y misterioso.. algunos dicen que su sombra era aun más temible que su aspecto. Año tras año que pasaba, su fama de galán atormentado crecía, su ceño se endurecía y sus letras y canciones eran más y más conocidas. Las mujeres del barrio esbozaban ante tanta sin razón algunas teorías.
El compositor amaba a una mujer, aproximadamente una vez por año, y una sola vez en el día, y así conseguía inspiración para sus melodías. Una vez al año, salía a caminar un poco mas temprano que lo habitual, tomaba un café y cruzaba una mirada con alguien, a quien invitaba a conversar. Se sacaba el sombrero y dejaba observar su rostro y su pelo, sonreía amablemente, amaba con detenimiento, y besaba a la mujer, su mujer, por corto tiempo.
Luego de amar tan fugaz y profundamente, se encerraba a componer las estrofas más variadas. Estrofas que hablaban de como la había conocido, como se habían seducido, o como su corazón se había roto al verla en brazos de un amigo. Estrofas con historias de olvidos, suicidios, desmanes, alegrías y estereotipos. El compositor armaba, como en hojas de pentagramas, no solo la música, también las palabras que mas se adecuaban para transmitir con total fidelidad, esas cosas que no pasaron ni pasarían jamás.
Sucedió lo mismo durante muchos años, y con todo el dinero de sus canciones, el compositor mandó a construir una gran casa, con muros gruesos y duros barrotes, donde podría encerrarse con más comodidad a sacarle mas mentiras a los besos furtivos.

Una tarde, desprovisto de inspiración, decidió salir por las calles de la ciudad, a buscar el nuevo amor. Caminó, caminó hasta que finalmente, la cruzó, pero esta mujer de pelo corto y castaño, le dijo que no. El compositor por un segundo dudó, de todo, de absolutamente todo, dudó. Y las dudas lo llevaron a perder las falsas certezas, y alguno de los sentimientos que siempre retrataba, se presentó.

-¨¿Acaso esto es lo que se siente cuando se rompe el corazón?¨
Atormentado corrió a la mujer varias cuadras, pero ella no lo escuchó.

Esa noche, llegó a su casa mas tarde de lo normal, con un sentimiento en las manos, al que puso entre ceja y ceja y comenzó a analizar. Su verdadero interés por una mujer, nunca le duraba más allá del alba, sin embargo los días pasaban, y el compositor, solo pensaba, no componía, no inventaba ni imaginaba, solo pensaba.
Al cabo de una semana, la mujer se apareció en la puerta de su casa
el compositor, invadido, confundido, la dejó que pasara.

Ella entró bruscamente como si una tormenta la empujara, e increpó al compositor en su propia sala

-¨No inventarás mi nombre, me llamo Madelene. No inventarás mi edad, tengo 27 años. Tampoco dirás en ninguna de tus baladas que viajamos a países lejanos, que nos bañamos en mares extraños o que nos casamos, ni tu ni yo somos cristianos. No dirás que soy sofisticada, trabajo limpiando una casa, no escribirás que tengo ojos del cielo, son verdes, como el pasto, como las hojas, como las esmeraldas¨

El compositor no abandonaba su asombro, ahora que los datos eran ciertos y nuevos, que tipo de canciones nacerían?

Madele, más tranquila, siguió hablando hasta que cayó el sol, el compositor le pidió que volviera, y todas las noches, ella volvió. Pasaban las noches y el compositor nada escribía, para él lo más importante es que ella volvía.
A contarle de sus viajes de pequeña, de su estadía en París, de su primer novio, un americano, de sus bordados de mañana, de sus alumnos de piano.. y el compositor ya no componía, solo escuchaba. Madelene hablaba, el compositor, la amaba.

El no pudo componer más nada, pues la obra maestra, la composición perfecta, estaba ahora viviendo en su casa, a los pies de una gran cama, tejiendo una bufanda.
Cuando Madelene se fue, un otoño comenzaba, y el compositor lavaba su pálido rostro, mientras susurrando le cantaba.
Los años que ella pasó en su casa, fueron la estrofa mejor armada, el verso que mejor sonaba, la canción más a tiempo, que un día hizo nido en su ventana.

El compositor supo entonces que las más hermosas y verdaderas historias tardan más en ser escritas, porque se ha de estar muy ocupado al vivirlas, que hay una inspiración que llega de una vez y se queda para toda la vida. Cuando quiso cantarle a Madelene, se encontró con una poesía infinita, dicen que intentó escribir una canción por cada segundo de su vida, que intentó buscar un acorde para cada sonido que se desprendía de su sonrisa, pero Madelene se llevó consigo el alma del compositor, ya que este nunca más cantó. Dicen que el compositor escribía muy bien muchas mentiras, pero no podía interpretar su propia vida, dicen que el dolor de recordarla era tan profundo, que de solo cantarle un poco, se moría.

Cuando él sintió finalmente todo lo que alguna vez escribió, no pudo componer más nada, y lloró tanto que hizo canción, y ahora es la canción más hermosa del mundo, la que canta la gente cuando muere de amor.

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